Casi todo el mundo ha oído hablar del ‘Proyecto Manhattan‘, el programa estadounidense por el que se desarrollaron las primeras
armas nucleares, decisivas para la resolución de la Segunda Guerra Mundial. Es menos famoso, sin embargo, el plan paralelo de los nazis, quienes también trataron de dominar, aunque sin éxito, esta tecnología. Sus fracasos en el frente y la irrupción de las fuerzas aliadas llevaron al hundimiento del programa, que involucraba centenares de cubos de uranio que se confiscaron y acabaron, en su gran mayoría, perdidos. Ahora, un equipo de químicos quiere encontrarlos y ha elaborado un método para identificarlos. Las conclusiones se acaban de plantear en la
reunión de otoño de la American Chemical Society
(ACS).
Después de que en 1939 los propios científicos alemanes descubrieran la fisión nuclear y la increíble cantidad de energía que se desprendía de esas reacciones, el gobierno nazi se percató de las potenciales utilidades militares de aquel hallazgo. Así, se crearon tres grupos paralelos e independientes con los mejores físicos alemanes del momento, repartidos en tres ciudades: Berlín, Gottow y Leipzig. Era el comienzo del programa nuclear nazi.
Recreación del reactor alemán en el museo de Haigerloch – LepoRello
El más famoso de los experimentos sería el de la capital alemana (si bien más tarde se trasladó a Haigerloch para tratar de evitar a las tropas aliadas), liderado por Werner Heisenberg, uno de los físicos teóricos más importantes de su época y visionario clave para el desarrollo de la teoría de la mecánica cuántica. Él desarrolló un sistema basado en 664 cubos de uranio unidos por acero trenzado y suspendidos en un tanque de agua pesada (óxido de deuterio), para moderar la reacción. Todo ello rodeado por un anillo de grafito. Bautizada la prueba como B-VIII, fue el último y más cercano intento de crear un reactor nuclear. Apenas un mes después de aquel experimento, se acababa la guerra.
Pero justo antes de que llegasen las tropas aliadas, los científicos alemanes se afanaron por desmantelar y esconder todos los experimentos: los documentos se encontraron dentro de una letrina y 659 de los 664 cubos, enterrados en un campo cercano. Una vez recuperados, fueron enviados primero a París y, después a Nueva York. Los demás se los llevó Heisenberg, quien logró huir en bicicleta al amparo de la noche. Mientras, la Operación Alsos, por la que los estadounidenses reclutaron a investigadores nazis relacionados con la energía nuclear, tuvo como consecuencia que los cubos acabaran en su mayoría en Estados Unidos, si bien se desconoce el paradero de cerca de los 400 cubos del experimento de Gottow, liderado por el físico Kurt Diebner.
Extraño regalo de cumpleaños
Contadas piezas están localizadas. Un ejemplo es el cubo del Laboratorio Nacional del Noroeste del Pacífico (PNNL, por sus siglas en inglés). Sin embargo, no se sabe muy bien cómo llegó allí. «No sabemos con certeza que estos cubos sean del programa alemán, así que lo primero era confirmarlo», explica Jon Schwantes, investigador del PNNL e investigador principal del proyecto para ‘rescatar’ los cubos nazis. «Después, queremos comparar los diferentes cubos para ver si podemos clasificarlos de acuerdo con el grupo de investigación particular que los creó».
Schwantes cuenta con la colaboración de Timothy Koeth, investigador de la Universidad de Maryland, y poseedor de una de estas piezas después de que
en su cumpleaños de 2013 un anónimo le enviase por correo este extraño regalo. «Tomado de Alemania, del reactor nuclear que Hitler trató de construir. Regalo de Ninninger», rezaba la inscripción que acompañaba al paquete, mal envuelto, en varias capas de servilletas.
Robert Ninninger fue el responsable dentro del Proyecto Manhattan del acopio de uranio para construir Trinity, la primera bomba atómica que se detonó el 16 de julio de 1945 cerca de Alamogordo, Nuevo México. Probablemente, Ninninger se quedó con el cubo que acabó en manos de Keith, y del que se ha averiguado que no había formado parte de una reacción en cadena. «No vemos ninguna evidencia que indique que el cubo haya estado expuesto a una irradiación de neutrones significativa. Por lo tanto, no hubo reacción en cadena autosuficiente», escribía Klaus Mayer, principal autor de aquel estudio publicado en 2015 y analista forense nuclear de la dirección de seguridad nuclear del Centro Común de Investigación (JRC) de la UE.
Sin pruebas científicas
Los investigadores sospechan que muchos de estos cubos, que medían unos cinco centímetros de lado y apenas pesaban dos kilos y medio, acabarían integrando otros experimentos. Y los que se sabe dónde están, cumplen diferentes funciones. La pieza propiedad del PNNL, en concreto, ayuda a enseñar a los guardias fronterizos e investigadores forenses a detectar material nuclear.
Robertson con el cubo de PNNL – Andrea Starr / PNNL
Etiquetado como uno de los cubos del experimento de Heisenberg, en realidad no se sabe con certeza si fue así. «No teníamos ninguna medida real para respaldar esa afirmación», afirma Brittany Robertson, quien ha presentado el trabajo ante la ACS. Para probar los orígenes del cubo, el equipo modificó algunas técnicas analíticas para combinarlas con los métodos forenses establecidos por Schwantes. Robertson recurrió concretamente a la radiocronometría, la versión del campo nuclear de una técnica que utilizan los geólogos para determinar la edad de las muestras basándose en el contenido de isótopos radiactivos.
En el momento en el que los cubos se fundieron por primera vez, contenían uranio metálico bastante puro. Sin embargo, con el paso del tiempo, la desintegración radiactiva transformó parte del uranio en torio y protactinio, por lo que sus concentraciones mostrarán hace cuánto tiempo se construyó el cubo. También están perfeccionando este método para analizar las impurezas de elementos de tierras raras en el objeto, lo que podría revelar de dónde se extrajo el uranio original, y así saber el grupo exacto del que cada cubo formó parte.
¿Un cubo en dos experimentos?
Por otro lado, Robertson y Schwantes colaboran con Carlos Fraga, químico forense del PNNL, para averiguar acerca del recubrimiento que los nazis utilizaron en los cubos para frenar la oxidación. Así descubrieron que el ‘extraño’ regalo que le hicieron a Koeth está recubierto de estireno, un hallazgo inesperado ya que el grupo de Heisenberg utilizó un recubrimiento con base de cianuro. Sin embargo, algunos documentos apuntan a que algunos de los cubos del grupo de Diebner, que usaba un recubrimiento con base de estireno, fueron enviados a Heisenberg, quien estaba tratando de acumular más combustible para que su reactor tuviera más potencia.
«Tenemos curiosidad por saber si este cubo en particular fue uno de los que participó en ambos programas de investigación –dice Schwantes–. Además, esta es una oportunidad para que podamos probar nuestra ciencia antes de aplicarla en una investigación forense nuclear real».