Rodrigo AlonsoSEGUIRMadrid
Actualizado:11/03/2022 01:40h
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Pavel Durov comenzó a replantearse su futuro en Rusia en 2013, mientras observaba por la mirilla de su casa de San Petersburgo a un grupo de miembros de la OMON, la policía especial del Kremlin. Por entonces, ostentaba el cargo de director de VK, una suerte de trasunto en cirílico de Facebook fundado por él y su hermano Nikolai en 2006. El ‘Zuckerberg ruso‘, como se le conocía, se había negado a cerrar grupos de opositores y compartir los datos de sus líderes con el estado. Antes de que las cosas se pusiesen más complicadas, decidió vender su participación en el espacio y salir escopetado del país. Para ese momento, él y su hermano ya habían cocinado una
aplicación nueva. Una que aspiraba a ser más segura y en la que los gobiernos no podrían meter la zarpa. El resultado era Telegram, sitio que ya cuenta con más de 570 millones de usuarios y que, en tiempos de guerra, se ha convertido en gran bastión para los cientos de miles de ‘hacktivistas‘ proucranianos que intentan despedazar las redes del Kremlin. Todo con la permisividad del magnate, de pelo lacio y cuerpo cincelado a golpe de mancuerna.
Desde su salida de San Petersburgo, el joven de 37 años ha estado dando tumbos por el mundo. De sus lazos con Rusia ya queda poco; incluso llegó a pagar 250.000 dólares por la ciudadanía de las islas caribeñas de San Cristóbal y Nieves. Más recientemente, en 2021, consiguió también la francesa. «No soy un gran admirador de la idea de país», afirmó en conversación con ‘
The New York Times’ en una entrevista de 2014. Igual que tampoco le gusta que se relacione Telegram con su lugar de origen, donde la ‘app’ estuvo bloqueada entre 2018 y 2020, precisamente, por su negativa a compartir información con el estado. Durante sus cerca de diez años de vida, la plataforma nunca ha tenido base en Moscú, tampoco centros de datos. La primera sede que escogió el genio de la informática fue Berlín, donde comenzó a construir una enrevesada red de empresas para dificultar que las peticiones gubernamentales de cierres e información prosperasen. Ante la imposibilidad de conseguir residencia en Alemania, el ruso decidió ubicar la empresa en Dubai, donde pasa temporadas y mantiene buena relación con las autoridades.
Si el magnate no quiere compartir datos con gobiernos, tampoco está muy dispuesto a moderar el contenido que se vierte en el interior de su red, por donde, desde hace tiempo, pululan grupos extremistas y criminales sin que la plataforma haga demasiado por remediarlo. Su
cuenta de Instagram -en la que publica imágenes muy de vez en cuando, normalmente con el torso al descubierto- y su canal de Telegram, donde igual carga contra Facebook que proclama que los datos de sus internautas ucranianos «son sagrados», son sus dos medios de comunicación más empleados. Allí ha remarcado en varias ocasiones que no está dispuesto a desprenderse de su aplicación por mucho dinero que le cueste mantenerla. Y es que, a diferencia de sitios de la competencia, Telegram no tiene ingresos por publicidad. Hasta la fecha, todos los gastos de la ‘app’ corren de la fortuna personal cosechada por Durov durante sus tiempos en VK, y que está estimada en 17.000 millones de dólares. En 2018 intentó conseguir financiación gracias a la creación de su propia criptomoneda, llamada Grams, que no cuajó y acabó abandonando un par de años después.
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